La Batalla de Trafalgar es hablar sobre una de las batallas navales más importantes de la historia. Lejos de la cantidad de buques que estuvieron en escena (más de 60 navíos de línea) o de marinos involucrados (45,000), marco un antes y después, en la supremacía de la Marina Inglesa sobre el resto, en especial de la francesa, que también buscaba ser la número uno.
Pero el contexto, previo y posterior a este encuentro también es de mucha riqueza histórica, ya que sembró paradigmas que los historiadores modernos han terminado rechazando, en especial que esta batalla termino por sepultar la carrera de Napoleón, cuando parece que fue al revés, ya que el Corso logro mantenerse más tiempo en el trono francés gracias a las consecuencias.
Como sea, Trafalgar hoy es motivo de orgullo para los ingleses, al grado que una de sus principales plazas fue construida en su nombre en el centro de Londres, mientras que para españoles y franceses, es un recuerdo amargo, más cuando si hubo un chance de ganar, pero todo se fue al garete, gracias al mando de un irresponsable almirante que trato de congraciarse inútilmente con Napoleón.
La batalla de Trafalgar fue una batalla naval que tuvo lugar el 21 de octubre de 1805, en el marco de la tercera coalición iniciada por Reino Unido, Austria, Rusia, Nápoles y Suecia para intentar derrocar a Napoleón Bonaparte del trono imperial y disolver la influencia militar francesa existente en Europa. La Batalla de Trafalgar se produce frente a las costas del Cabo de Trafalgar, en Los Caños de Meca, localidad del municipio de Vejer de la Frontera (hoy perteneciente al municipio de Barbate tras su segregación en el año 1938). Dicha batalla naval está considerada como una de las más importantes del siglo XIX, donde se enfrentaron los aliados Francia y España (al mando del vicealmirante francés Pierre Villeneuve, bajo cuyo mando estaba por parte española el teniente general del mar Federico Gravina) contra la armada británica al mando del vicealmirante Horatio Nelson, quien obtuvo la victoria.
Contexto: Napoleón se estaba convirtiendo en una espina en el costado muy molesta para Europa. El entonces Imperio Francés, fundado por el Corso, estaba metiendo en problemas a todos, en especial a Inglaterra. Estos temían que la influencia francesa fuese tan grande que Europa entera quedaría bajo el mando de la "tricolore", lo cual tarde o temprano terminaría ahogando a los ingleses.
Por otro lado, Napoleón tampoco caía en gracia de Gran Bretaña. Estos habían saboteado sus planes de acercamiento económico con otras naciones e inclusive pagaban a mercenarios para combatir a su Grande Armée. Si Francia quería ser la dueña absoluta del mundo, en cierto momento tendría que derribar a los británicos del trono.
Por tal motivo, el Emperador había comenzado a guerrear con la Tercera Coalición que Inglaterra, Rusia, Austria, Suecia y Napolés habían formado para ponerle un "estate quieto". Al principio, las victorias favorecieron al susodicho, al grado que solo Gran Bretaña podía oponersele. Como es lógico, una invasión hacia las islas era más que obligada.
El problema, aparte del físico (el Canal de la Mancha), era la famosa Marina Británica, que entonces era la mejor de todo el mundo, tanto en experiencia en batalla como en diseño de barcos. Cierto que el buen Bonaparte tenía también barcos modernos y de gran poder, pero la experiencia de sus oficiales y marinos era bastante escueta, al grado que uno de sus mejores Almirantes y artífice de la derrota en Trafalgar, Pierre-Charles-Jean-Baptiste-Silvestre de Villeneuve, había sido un marino mediocre que apenas había logrado sobresalir, gracias a sus contactos y pasado aristocrático, así también a una buena dosis de suerte (en la Batalla naval del Nilo, comandaba uno de los dos barcos que logro escapar de la masacre que causo Nelson). Esta suerte fue lo que hizo que Napoleón le encomendase el liderato de la flota anglo-española.
Y es que la Marina Francesa no estaba sola en estos negocios. España había firmado un "tratado" de ayuda y cooperación en 1800 con ellos, donde la recuperación de Gibraltar estaba de por medio. Sin embargo, a diferencia de las otras flotas, la española estaba en proceso de reconstrucción y aunque había barcos modernos y muy potentes (como el Santísima Trinidad, que era el buque con la mayor cantidad de cañones en la confrontación), los otros habían sido reparados a toda prisa (para colmo, con dinero de los propios capitanes) y no estaban en condiciones de guerrear como Dios mandaba. Si esto no fuese suficiente, los marineros españoles eran de baja calidad, reclutados a la fuerza entre ladrones y ancianos, debido a epidemias de fiebre amarilla que habían matado a los veteranos entre 1802 y 1804.
Aun con esto, el combinado de ambas flotas las hacía un enemigo a temer, al grado que Horatio Nelson, el entonces Almirante de la Flota Inglesa, evitase un ataque directo y solo estuviese acosandolos, y es que las intenciones de invadir Inglaterra se veían de lejos: Napoleón había reunido a su Grande Armée en las cercanías de Calais (150,000 hombres aproximadamente), donde comenzo a juntar lanchas y otros barcos para transportarla. Sin embargo, para ello necesitaba que su propia flota enfrentase a la Marina Británica o la distrajese lo suficiente para consumar la invasión.
Sin embargo, aquí comenzo la malaya: Villeneuve había hecho lo indicado por Napoleón y era acosar las posesiones británicas en el Caribe. Pero lejos de hacer labor de pillaje tal como decían sus oficiales, solo se limito a hacer tímidos ataques que no tuvieron gran repercusión. Al ver esto, Nelson partió su flota y con la mitad de ella, fue tras Villeneuve, mientras la otra se quedaba navegando frente a las costas españolas, siendo mandada por Robert Calder.
Villeneuve recibió otra instrucción de su jefe: tenía que volver a España, rebastecerse y luego dirigirse hacia el Canal de la Mancha, donde flanquearía a la flota invasora. Sin embargo, en su regreso se encontró con los barcos mandados por Calder y se desato la batalla de Cabo Finisterre, que pese no provocar grandes daños en la flota francoespañola, fue una victoria táctica inglesa, ya que Calder impidió que Villeneuve llegará al Canal de la Mancha.
Villeneuve llego a la Coruña y comenzo a reparar sus barcos. Allí recibió un nuevo mensaje de Bonaparte, instandolo a navegar hacia el Canal. Sin embargo, por alguna razón que no se conoce, el Almirante francés no hizo lo indicado, sino se refugio en Cádiz, donde fue objeto de un fácil hostigamiento por parte de Nelson, que había regresado del Caribe.
Napoleón se puso furioso con Villeneuve y tuvo que cancelar sus planes de invadir Inglaterra. Aquí es donde la historia se divide: muchos dicen que esto le costo la victoria final al Corso, ya que Inglaterra sería quien le daría el golpe final, mediante Wellington, en la batalla de Waterloo. Pero las fuentes más recientes comentan que esto le permitió a Napoleón seguir al frente de Francia y es que la invasión, fuese un éxito o no, le hubiese costado el frente continental, ya que entonces, Austria y Rusia estaban reuniendo efectivos para combatir la Grande Armée. Napoleón terminaría despachandolos en la batalla de Austerliz, que sería una de sus victorias más sonoras.
Como sea, lo que sucedió posteriormente, no deja de ser un golpe terrible y que aun hoy en día, es motivo de fuertes discusiones.
La Batalla: Napoleón estaba furioso con su Almirante, así que dispuso dos ordenes: que la flota franco-española se dirigiese a Napolés para ponerla bajo sitio y acosar la flota inglesa en el Mediterráneo y que Villeneuve fuese relevado.
El Almirante, herido en su orgullo, decidió levar anclas por su cuenta y salió de Cádiz, dirigiendose hacia el Mediterráneo Muchos de la oficialia española (como Churruca, que comandaría al Santa Trinidad, la nave estandarte de la flota española) estaban en contra de esta medida, pese a que la flota era superior en barcos, no así en manejo táctico y profesional, donde los marinos ingleses eran superiores en estos aspectos. Por lo tanto, las recomendaciones de quedarse en Cádiz y soportar el asedio inglés fueron desestimadas (muchos decían que el invierno terminaría mermando a la flota de Nelson).
Mientras, el gran Almirante Británico había reunido a sus hombres, proponiendo un plan osado: la línea británica se partiría en dos que irían de manera paralela hacia el centro de la formación franco-española, en posición perpendicular. Esto tenía el inconveniente de que la vanguardia recibirían un fuego nutrido y más hacia proa, lo cual los pondría en riesgo. Sin embargo, si la maniobra jalaba, la línea enemiga se partiría en tres, lo cual facilitaría el bombardeo a dos partes (leáse, usar los cañones tanto de babor y estribor) y tendría ventaja, no solo de fuego, sino también númerica.
Finalmente, el combinado franco-español partió de Cádiz el 19 de octubre y la flota inglesa se movilizo al tiempo. El día 21, el Hermione, de la flota francesa avisto a sus rivales, lo cual hizo que Villeneuve se acobardara y decidiera emprender la huida hacía Cádiz. Sin embargo, lo pesado y viejo de algunos navíos hizo que la maniobra fuese muy lenta y para colmo, con tal desorganización que toda la línea se alargo a tal grado que su efectividad de fuego se hizo casi nula.
Nelson, al ver esto, estaba exultante. No solo tenían el viento a favor (haciendo que la flota enemiga navegara a barlovento), sino que los cañonazos enemigos apenas si los tocaron, lo cual facilito que sus dos líneas (una mandada por él, la otra por su compañero y subordinado, Collingwood) entraran como cuchillo en mantequilla.
Para esto, eran las 10 de la mañana y Churruca, que se encontraba al final de la frágil línea aliada, mando señales a la vanguardia de que volviese y arremetiese contra una de las dos líneas británicas. Sin embargo, el comandante de esta, Pierre-Étienne-René-Marie Dumanoir, a bordo
del Formidable, rehusó por cobardía (aunque él argumentaría posteriormente que
fue porque no vio las señales del Bucentaure, la nave insignia de la flota y de
Villenueve) volver a la línea de ataque e inclusive se alejo junto con otras
naves del sitio de la batalla. Posteriormente estas serían capturadas cuatro
días después por la flota inglesa cuando trataban de volver a casa.
Mientras esto sucedía, una carnicería terrible asolaba a
las naves franco-españolas. Con el viento a favor, el tiro a ambas bandas y una
cadencia de fuego impresionante, los barcos ingleses hacían trizas a sus
rivales sin piedad. En cuestión de dos horas, la mitad de la flota aliada había
sido hundida y el resto se debatía entre el fuego de al menos 3 navíos
ingleses. Sin embargo, a diferencia de Dummanoir, los oficiales españoles
plantaron batalla de una manera heroica. En el trajín, morirían almirantes de
la talla de Churruca, Gravina, Galiano o Bustamante.
Pero los ingleses también sufrirían una pérdida y la más
grande todas: Mientras el HMS Victory, la nave insignia británica acosaba al
Redoutable, un tirador de esta logro acertar al Almirante Nelson con un disparo
de mosquete, el cual entro por su hombro y se alojo en su columna vertebral.
Mortalmente herido, Nelson fue llevado a su camarote
donde inútilmente trataron de salvarlo. El pobre agonizo por un buen rato, pero
eso le permitió conocer la victoria inglesa de primera mano antes de morir.
Como dato curioso, su cuerpo fue metido en un barril lleno de coñac para
conservarlo y llevarlo a su patria.
Para las 6 de la tarde, lo que quedaba de la flota aliada
rindió sus naves y estas fueron llevadas a Gibraltar, sellando la victoria
definitiva de la Armada Inglesa. Sin embargo, en el camino una tormenta asolo a
los navíos, provocando el hundimiento de muchos barcos españoles, como el
Santísima Trinidad.
El saldo de esta batalla fue brutal: La flota aliada
perdió dos tercios de sus naves y el resto fueron capturadas por la flota
británica. De los 27,000 hombres que participaron en el bando franco-español,
más de 3,000 murieron, hubo otros igual de heridos y hasta 7,000 prisioneros.
España fue la más dañada, ya que muchos de sus mejores barcos fueron hundidos y
gran parte de su oficialía había muerto en el ataque.
Mientras, las
pérdidas británicas apenas sumaron menos de 500 hombres y sin sufrir el
hundimiento de algún barco. Sin embargo, lo doloroso fue la muerte de Horatio
Nelson en batalla como más de una veintena de los mejores oficiales de aquel
entonces.
Consecuencias: Para los franceses, fue el acabose total de la invasión a
Francia. Aunque Napoleón se planteara una nueva invasión a Inglaterra, está no
era factible ni en un corto ni mediano plazo, ya que su Armada había quedado
muy mermada, tanto en barcos como oficiales. En este rubro, Villeneuve fue
capturado en Trafalgar y llevado a Inglaterra donde estuvo en prisión un rato.
Pero para 1806, los ingleses lo liberaron y el pobre hombre se dirigió a
Francia para entrevistarse con Napoleón.
Pero en el camino, fue encontrado muerto en una
habitación de hotel en Rennes, con varias puñaladas en el pecho. Se dijo la
versión “oficial” de que se había suicidado, pero en el fondo todos sabemos que
el Emperador le hizo “pagar” sus acciones.
Napoleón ya no volvió a enfocarse en Inglaterra y trato
de reforzar su dominio continental, lo cual lo logro a finales de 1805 con la
batalla de Austerliz.
Para los ingleses, significo el inicio de una nueva era,
donde la Armada Británica se convertiría en la ama y señora de los mares por
más de un siglo. Y como ya se menciono, la victoria fue de tal impacto que se
construyo la afamada Trafalgar Square en el centro de Londres. Nelson fue
enterrado con todos los honores.
Para los españoles, las consecuencias fueron más funestas
y es que al perder buena parte de su flota, el comercio con las colonias y su
dominio militar fue mermado de manera sensible, al grado que unos años después,
Napoleón invadió la península ibérica y esto forzó a los movimientos
independientes que iniciaron en toda América Latina.
En conclusión, la batalla de Trafalgar es de últimas
grandes batallas navales que han existido y que puso de manifiesto más el uso
de la táctica y de la cadencia de fuego que la cantidad o calidad de barcos que
uno tuviese a disposición. Esto se vería reforzado casi un siglo después en la
batalla de Tsushima.
Gran Bretaña se alzo como la potencia reinante en el
siglo XIX y su Armada le facilito esto, mientras España ya veía una decadencia
que no terminaría hasta años después mientras que a Francia, curiosamente, le
permitiría a su Emperador seguir en el trono, unos 10 años más.
Curiosidades: hace unos años compre “Cabo Trafalgar” de
Antonio Pérez-Reverte y debo decir que en su momento me pareció aburridísimo,
así que lo deje botado en algún lado. Sin embargo, hace unos días, mientras
preparaba esta reseña, volví a hojearlo y resulta que tiene buenas cosas. Si
algo agradezco a envejecer, es que el gusto se va refinando y volviendo menos
cuadrado. Aparte, también me enteré de la interesante novela que escribió
Benito Pérez Galdós sobre el suceso (y la cual espero conseguir pronto).
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Saludos a mi esposa :3, asi a quienes gustan de las batallas de este tipo.
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